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Análisis

VODEVIL DE PODER EL GOBIERNO DE JENNIFFER GONZÁLEZ

Cuando el membrete se convierte en garrote: la Procuradora contra el Fotoperiodista


Eliseo R. Colón Zayas

Presdente

FPS21


No, no estamos en una pieza de teatro barato. La carta de Astrid Piñeiro Vázquez, procuradora, al fotoperiodista Juan Acosta, es la representación barroca del patriarcado con traje y pulso institucional que cerró la semana del 17 al 22 de agosto. Fue semana donde el poder no ha dialogado, ha amenazado con palabras convertidas en arma de disciplinamiento, en línea con el libreto colonial de autoridad viril, aunque se vista de falda.


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La Procuradora de las Mujeres firma una carta usando el membrete como escudo y la cortesía como cuchillo. Aquel periodista que hizo una pregunta incómoda a la gobernadora, nada fuera del libre ejercicio del periodismo, fue convertido en víctima culpa: se le exigió una disculpa pública o declarar bajo juramento en 24 horas. El mecanismo es sutil, pero letal: confiesa, pide perdón y, de paso, no vuelvas a preguntar así.


Este no es un ultimátum descarnado, sino una violencia elegante. Nada estalla en la sala de redacción; lo que se rompe es el umbral del escrutinio público. La pregunta legítima es refractada por una burocracia que, con voz maternal, impone silencio como si fuera cuidado.


A pesar de estar firmada por una mujer, esta carta habla con el eco omnímodo del poder patriarcal. Adquiere la gramática del castigo: usted falló en preguntar; no hay espacio para la duda, solo para la sumisión. La protección solicitada no es para víctimas reales, sino para preservar la inmutabilidad de un discurso institucional que no tolera fisuras.


Y mientras todo esto ocurre a golpe de membrete, la conversación se desvirtúa. Lo importante ya no es el trasfondo de la querella, ni la transparencia del proceso, sino la moralidad del vocero incómodo que ose interpelar. Desplazar el foco de análisis es el triunfo de quien teme las preguntas.


En resumen, la carta es violencia. Pero es violencia vestida de gala, ministrada en letras escolares, diseñada para disciplinar sin romper platos. Porque no es necesario aplastar tazas cuando puedes gritar: arrodíllate y confiesa. Y aunque quien firma tiene ovarios, su voz es el eco del padre que no admite cuestionamientos.


Cuando el Estado democrático se resquebraja, deja de ser ágora y se transforma en un vodevil de poder, protagonizado por cortesanos enloquecidos que, como los fervientes seguidores de Trump, maquillan su autoritarismo con retórica populista—y en Puerto Rico ese papel lo interpreta la gobernadora, con aplausos y juramentos públicos fingidos. La gobernadora y sus allegados encarnan esa reverencia grotesca al poder. Porque, al final, una democracia herida no es la que amenaza al periodista curador de sombras, sino aquella que se asfixia por la complicidad de quienes deberían mantenerla respirando.

 
 
 
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