VAJILLAS VOLADORAS, VIOLENCIA GUBERNAMENTAL, TURBA PERIODÍSTICA: PROTAGONISTAS Y ESCENA DE NECROPOLÍTICA PATRIARCAL
- carmenenid
- 22 ago
- 2 Min. de lectura
Por Eliseo Colón
Presidente FPS21
La semana arrancó con el estruendo de platos rompiéndose contra el suelo de una cocina fajardeña: una chef, harta de los apagones de LUMA —empresa de moda en el odio colectivo— se desboca, grita “¡Esto no es justo, pueblo de Puerto Rico!”, y lanza vajilla al piso como un acto simbólico (y literal) de resistencia. Es la primera escena de esta tragicomedia necropolítica: una mujer criada a la sombra del bipartidismo, que ha votado por quienes ahora la ponen a oscuras, decidiendo darle un saludo físico a la cocina antes que más silencio neoliberal.
A este acto inaugural le siguió el clásico espectáculo de madre e hija esposadas, “protagonistas” de una novela de crimen que ni Netflix se atrevería a producir. Los medios, siempre dispuestos a convertir preguntas en lapidaciones, convirtieron los micrófonos en antorchas inquisitoriales. El periodismo pasa de informar a entretenerse con la exposición pública del daño.

Luego, la senadora ultracatólica, gran sermoneadora de la moral femenina —que culpa a las mujeres de sus propias desgracias—, se ve acorralada por una querella de maltrato contra su actual compañero. Ironías políticas del destino: esta vez ella no sermonea, se encalla en su prédica. Y su exesposo, cual narrador omnisciente, sale al ruedo a “aclarar” lo que ni el Estado ni ella pueden explicar sin hacer agua.
Y como acto final, la gobernadora —muy seria ella— abandona toda compostura institucional en una conferencia de prensa para desatar una andanada verbal contra un periodista que le osa preguntar por la filtración. El poder no dialoga: amenaza. Esa palabra convertida en arma de disciplinamiento, tan en línea con el libreto colonial de autoridad viril, aunque se vista de falda. Lo que debía ser un espacio de rendición de cuentas se volvió un ring, con el poder mostrando los dientes y recordando que aquí la palabra del Estado no informa: intimida.
Pero lo verdaderamente sustancial no está en los chismes o en los gritos, sino en lo que subyace: esas performances de feminidad violenta —a veces reaccionaria, otras, desesperada— no brotan del vacío. Son síntomas del patriarcado criollo, del machismo heredado de la cultura de plantación. De la cultura del bichote en los caseríos, de la normalización del alcoholismo masculino como tabla de socialidad, hasta el comportamiento de esos legisladores hombres en el Capitolio, empeñados en exhibir su poder macharrán tumbando voces y justificando silencios. Las mujeres, entonces, quedan atrapadas en el espejo del deseo ajeno, obligadas a desempeñar papeles: santas, brujas, víctimas o verdugos, pero nunca sujetas plenas.
El hilo que atraviesa toda la semana es la violencia —no solo física, sino simbólica, institucional—. El periodismo turba, la senadora víctima de su propia moral, la gobernadora caricatura autoritaria, y la chef, explosiva voz que lanza platos como si fueran proyectiles de dignidad. Todas actúan —o reaccionan— en un guion patriarcal que condenan y al mismo tiempo perpetúan.
En esta república del espectáculo necropolítico, nadie escapa del libreto. Aquí las cosas no mejoran: se escenifican. Y lo que importa no es quién tiene la razón, sino quién logra generar escándalo con más estilo… y más vajilla rota.






.png)