THOMAS RIVERA SCHATZ, TIBURÓN CON LA COSTURA AL AIRE
- carmenenid
- 30 sept
- 3 Min. de lectura
Al final, el presidente senatorial es como ese marido del chiste: se le vio la costura. Y en política, cuando se huele miedo, siempre es porque alguien teme perder el banquete de la corrupción
Por Eliseo R. Colón Zayas, Presidente
FPS21
Thomas Rivera Schatz se ha dado a la tarea de jugar al humorista en redes sociales, y como todo comediante que desconoce el 'timing', termina exhibiendo más su cinismo que su ingenio. En su reciente 'post' donde juega con el nombre “Carmen” para aludir a la coincidencia de nombres entre Carmen Enid Acevedo y Carmen Vega Fournier (nominada al cargo de Contralora), se disfraza de caballeroso adulador, pero en realidad reparte la pulla venenosa. Rivera Schatz se traga las ideas emancipadoras (ética, decencia, lucha contra la corrupción) para luego defecarlas convertidas en caricaturas inofensivas, listas para el consumo partidista.

Rivera Schatz escribe como quien quiere elogiar la honestidad intelectual de Acevedo, pero lo hace justo después de que la periodista entrevistara a la Contralora destituida por el gobierno de Jenniffer González, Yasmín Valdivieso. TRS no puede permitirse que esa entrevista se vea como legítima, por ello, dice a sus correligionarios que es mejor reírse de la periodista, aludir a su “¡bonitas!” (Bonita Radio), y con este gesto pone la entrevista en la vereda del espectáculo femenino para descalificarla.
Su elogio esconde un guiño, un subrayado burlón en el que queda pillado en su propio truco. El post de Rivera Schatz usa la misma lógica que el chiste del marido que admite haber estado en la cama con otra, pero la esposa lo acusa de haber ido a jugar billar. Aquí, Rivera Schatz “dice la verdad” (que Carmen Enid encarna esas virtudes que él describe), pero en la operación discursiva la convierte en mentira. Lo que hace es neutralizar la verdad, transformarla en chiste.
Rivera Schatz, maestro del performance parlamentario, en un modo histérico que aparenta escuchar y finge reconocer la falta para reforzar su dominio, es el actor que aparenta debilidad y caballerosidad mientras reafirma su lugar como Tiburón. La broma no es inocente; es la máscara con la que el poder se permite reírse de la periodista que osa hincar el diente en la corrupción.
Este gesto no es un simple ataque personal, sino parte del falso despertar del político populista que se levanta antes de que suene la alarma para convencernos de que todavía hay tiempo, de que el sistema se corrige sólo con “más Carmen bonitas”, mientras la catástrofe —la corrupción sistémica— ya ocurrió. El chiste funciona como atontamiento para los suyos. Los distrae para que acepten que todo sigue igual, y que “ya es demasiado tarde” para cambios reales.
Rivera Schatz no hace humor; recicla la trasnochada ideología de su partido. Se ríe con un ojo y con el otro nos recuerda que en Puerto Rico la política es stand-up de mal gusto. Se finge transparencia para reforzar la opacidad, se juega con los nombres de las Carmen para ocultar que lo que se disputa no es un cargo técnico, sino la posibilidad de que alguien audite el festín de la corrupción de su partido.
Al final, el presidente senatorial es como ese marido del chiste: se le vio la costura. Y en política, cuando se huele miedo, siempre es porque alguien teme perder el banquete de la corrupción