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Análisis

JGO NEFLIXEA LA GUERRA FRÍA: PÁNICO, NEOCOLONIALISMO Y PROPAGANDA-PNP

Con la Jenniffer, el futuro de Puerto Rico queda secuestrado por el pasado, y el presente se presenta como lo único viable. Con su retórica ideológica neflixiada, Jenniffer González mantiene a toda la sociedad puertorriqueña atrapada en un bucle donde los únicos futuros imaginables son distopias derivadas de viejos fantasmas, nunca utopías novedosas.


Por Eliseo Colón Zayas

Presidente Periodismo 21


Las tácticas discursivas de Jenniffer González de las últimas semanas mediante el uso de mensajes anticomunistas para descalificar a sus adversarios encajan con un patrón histórico de la derecha populista e incluso con rasgos del autoritarismo fascista, en cuanto a la construcción de enemigos internos para movilizar el miedo en la población.


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Al acusar a adversarios políticos puertorriqueños de ser “comunistas” o cómplices de regímenes foráneos (Maduro, el fantasma de Castro, Ortega, etc.), González los demoniza y los presenta no sólo como rivales ideológicos, sino como amenazas existenciales para Puerto Rico. Esta narrativa polarizante busca delimitar un claro “ellos contra nosotros”: por un lado, “el pueblo puertorriqueño decente, patriota y amante de la libertad” (encarnado por González y sus seguidores proestadidad/proamericanos) y, por otro lado, “los traidores izquierdistas” que quieren destruir al país imponiendo el comunismo socialista.


JGo traza una frontera antagónica que divide la sociedad en dos campos opuestos. Ella explícitamente denomina “enemigos” a estos sectores, insinuando que no forman parte del verdadero pueblo, que serían una suerte de quinta columna al servicio de potencias comunistas extranjeras. De ese modo, “el pueblo” que ella invoca es menos que la totalidad de la sociedad puertorriqueña, pero aspira a concebirse como la única totalidad legítima – es decir, quienes no comparten su visión quedan excluidos de la categoría de “puertorriqueños auténticos” o leales.


La función de esta retórica neflixeada es claramente movilizar el miedo para consolidar el apoyo en torno a su figura. JGo construye la sensación de que Puerto Rico enfrenta un peligro inminente de caer en el caos del comunismo socialista o incluso de perder su vínculo con Estados Unidos (“defender nuestra ciudadanía americana”), lo cual justifica medidas “fuertes” y la necesidad de un liderazgo duro.


Este argumento del “enemigo interno” es típico de lógicas fascistoides y conservadoras radicales. Históricamente, líderes autoritarios han señalado a comunistas, judíos, roma, homosexuales u otras minorías como responsables de todos los males de la patria, para unir al resto de la población bajo un cause común de supervivencia nacional. En el caso de González, la etiqueta “comunista” cumple ese rol de espantajo ideológico atravesado por guion Netflix al que se atribuyen intenciones perversas (arruinar la economía, instaurar dictaduras, quitar libertades religiosas y privadas, etc.).


Nótese que esta simplificación deliberada le permite ignorar las diferencias reales entre sus adversarios locales. Por ejemplo, equipara a independentistas, socialdemócratas e incluso a críticos dentro de su propio partido bajo la misma sombra comunista–, creando una imagen homogénea del mal. La imprecisión y vaguedad de este significante “comunismo” en su discurso no es un error, sino parte de su efectividad. Las categorías que usa la JGo como “socialismo/comunismo”, “fuerzas antiamericanas” o incluso la difusa idea de “separatistas aliados a narcodictadores” son significantes vacíos o flotantes que la González utiliza para aunar temores diversos bajo una misma bandera (el rechazo al “enemigo comunista”).


Un aspecto importante es que esta retórica anticomunista opera independientemente de la verdad factual, apoyándose más en lo emocional. Por ejemplo, aunque Puerto Rico no tiene relaciones directas con Venezuela ni existen indicios reales de un complot venezolano-cubano en la isla, González rescata el imaginario de la Guerra Fría para dotar de familiaridad y carga afectiva a su mensaje. Gran parte del electorado –especialmente sectores mayores o conservadores– tiene asociada la palabra “comunismo” con escasez, represión y pérdida de libertades, debido a décadas de narrativa anticomunista global. González capitaliza ese imaginario colectivo para pintar un escenario apocalíptico si sus oponentes ganasen poder. Por eso la JGo evoca fantasmas de “otra Cuba” o “otra Venezuela” en Puerto Rico, algo que causa rechazo visceral en muchos.


El miedo generado cumple dos funciones clave: por un lado, cohesiona a sus partidarios (que se perciben como los salvadores que evitarán el desastre) y, por otro, deslegitima cualquier propuesta del contrario por asociarla automáticamente con el caos comunista. Esto último es particularmente útil para anular el debate racional sobre temas concretos –como la crisis energética, la economía o la corrupción–, ya que todo queda subsumido en una lucha casi existencial entre capitalismo democrático vs. comunismo dictatorial.


Cabe resaltar que Jenniffer González enmarca esta lucha de forma que ella misma personifica la salvación. La frase “Con Jenniffer estamos seguros” de su reciclado anuncio es reveladora: presenta a la líder como protección encarnada frente al peligro rojo. De esta manera, cualquier crítica a su gestión puede ser retratada como un intento de debilitar al bando patriótico en favor del enemigo.


Esta táctica de cierre de filas alrededor del líder es característica del populismo de derechas: la lealtad personal se confunde con el amor a la patria, y disentir o exigir cuentas puede ser visto casi como traición. En el caso puertorriqueño, donde persisten debates sobre el estatus político (estadidad vs. independencia), González manipula ese eje ideológico presentando la independencia no como una opción legítima discutible, sino como sinónimo de comunismo y colapso. Así, neutraliza la discusión de estatus mediante el miedo: “independencia = comunismo = desastre”. Esto consolida la postura de estadidad como única vía “segura”, blindándola de cuestionamientos.


Vemos entonces que la retórica anticomunista de la Jenniffer González sirve como herramienta de control político, alineando a la ciudadanía con el proyecto conservador-proestadidad a través del temor, y descalificando a priori cualquier alternativa al estatus quo por asociarla con un enemigo absoluto. La narrativa de JGo refuerza que no hay alternativa al orden presente porque cualquier desviación lleva al horror comunista. Invoca fantasmas del pasado (hauntología del anticomunismo) para conjurar un futuro de terror y así mantener a raya cualquier imaginación de un futuro para Puerto Rico. Esta instrumentalización del miedo al comunismo consolida la hegemonía ideológica neoliberal de la Jenniffer. Su ciudadanía, por temor, se auto-limita a pedir mejoras dentro del marco actual (por ejemplo, mejor administración de LUMA, sí, pero no cuestionar la privatización en sí; más fondos federales, pero no más autonomía fiscal propia, etc.).

Con la Jenniffer, el futuro de Puerto Rico queda secuestrado por el pasado, y el presente se presenta como lo único viable. Con su retórica ideológica neflixiada, Jenniffer González mantiene a toda la sociedad puertorriqueña atrapada en un bucle donde los únicos futuros imaginables son distopias derivadas de viejos fantasmas, nunca utopías novedosas.

 
 
 
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