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Análisis

DOS DISCURSOS Y LA DECADENCIA DEL IMPERIO 'USA'

El enemigo ya no estaba en la ONU ni en caravanas de migrantes, sino en el consultorio, en la pastilla de acetaminofén-paracetamol, en la ciencia misma y en el saber científico.

Ese es el genio oscuro del trumpismo: no necesita coherencia, sólo un enemigo. En la ONU, el extranjero. En el Tylenol, tu propio médico.


Por Eliseo Colón

Presidente

FPS21


En la ONU, Trump jugó al populista de manual. La amenaza es externa viene de afuera. Los migrantes, globalistas, burócratas y científicos todos conspiran contra la soberanía de EEUU y su identidad nacional. El “pueblo verdadero” debe defenderse de fuerzas extranjeras. Es un esquema que recuerda a los viejos nacionalismos, sólo que ahora dramatizado en el escenario global.


El presidente Trump en la sede de las Naciones Unidas en NYC, en el momento en que se detuvo la escalera eléctrica. FOTO: AP
El presidente Trump en la sede de las Naciones Unidas en NYC, en el momento en que se detuvo la escalera eléctrica. FOTO: AP


Pero su Discurso Tylenol que coincidió con el de la ONU, fue aún más revelador y mostró un verdadero salto cualitativo. Ahora, la amenaza ya no viene de fuera, sino de adentro. La amenaza son los médicos, las farmacéuticas, la ciencia, los investigadores, los académicos, las universidades. En el Discurso Tylenol, Trump destruye referencias estables y multiplica antagonismos. Con una sola frase —“el Tylenol causa autismo”— convirtió la incertidumbre científica en combustible político, destruyendo referencias estables para multiplicar antagonismos.


El enemigo ya no estaba en la ONU ni en caravanas de migrantes, sino en el consultorio, en la pastilla de acetaminofén-paracetamol, en la ciencia misma y en el saber científico.

Ese es el genio oscuro del trumpismo: no necesita coherencia, sólo un enemigo. En la ONU, el extranjero. En el Tylenol, tu propio médico.


Siempre habrá un “ellos” que amenaza al “nosotros”. Y ese “ellos” puede estar tanto en la frontera como en tu mesita de noche, dentro de la pastilla más común; y, por qué no, en la bañera, como en la película Psicosis.


Donald Trump no necesita coherencia programática. Su populismo es puro gesto formal que se basa en la capacidad de articular demandas dispersas en un antagonismo “nosotros vs. ellos” que, más allá del contenido, produce al “pueblo” como sujeto político. Y lo hace explotando el deleite perverso de la confrontación.


El efecto populista es idéntico. Trump quiere producir comunidad a través de la sospecha. Y fue así como muchos interlocutores occidentales que se reían del primer Trump en la ONU  esta vez estuvieron calladitos y aplaudieron. ¿Será que forman parte de la comunidad trumpiana? 


En la ONU, la identidad se construía en oposición a los extranjeros y las élites globales. En el Tylenol, en oposición a quienes, desde dentro, “ocultan la verdad” y “lucran con la salud del pueblo”. Si en el primer caso el antagonismo era geopolítico, en el segundo se volvió biopolítico: el cuerpo de la madre y el hijo por nacer como campo de batalla del espectáculo político.


Esto revela el verdadero carácter destructor del trumpismo. No basta con dividir naciones, también divide comunidades, familias y hasta la relación entre paciente y médico. Trump convierte la incertidumbre científica en material inflamable para un populismo que se alimenta del resentimiento y la desconfianza. Si en la ONU gritaba que “sus países se van al infierno”, con el Tylenol sembraba la idea de que hasta el medicamento más cotidiano puede ser un complot contra el pueblo.


Trump y el movimiento MAGA no son anomalías. Son la expresión paradigmática de la política en el capitalismo tardío. Trump no ofrece un proyecto político ni económico, sino que organiza la incertidumbre social en torno al placer que le provoca dividir a la población. En un mundo marcado por la falta de controles del capitalismo global, Trump encontró la fórmula ideal. Para él y los suyos, siempre habrá un “ellos” que amenaza al “nosotros”.


De ahí el carácter destructor del trumpismo. Su MAGA no puede estabilizar al campo social y, por ello, intensifica la división, unificando bajo una identidad negativa (“ellos”, el enemigo) lo que no puede sostenerse como proyecto positivo. No importa que ese “ellos” sean los inmigrantes como intrusos que “roban trabajos”, los medios liberales como conspiradores que “mienten al pueblo”, el establishment político (Demócratas, pero también republicanos moderados) como “traidores”, los científicos, los profesores e investigadores universitarios, los médicos en los hospitales, los medicamentos, los laboratorios, los comediantes, actores y actrices, los centros de ayuda a indigentes y desamparados, las organizaciones ambientalistas y el Tylenol.


En el Discurso de la ONU, los enemigos fueron migrantes y globalistas; en el Discurso Tylenol, médicos y científicos. Así opera el populismo trumpista. Para el trumpismo, siempre habrá un ‘ellos’ para sostener al ‘nosotros’.

 
 
 

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