DE SELFIES, CANDELABROS HUMANOS Y CUMPLEAÑOS: EL BARROCO POPULISTA BORICUA
- carmenenid
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Actualizado: hace 3 días
Por Eliseo R. Colón Zayas
¡Hay cumpleaños!… y luego está el cumpleaños de la Gobernadora como su único plan de gobierno. Es un acontecimiento donde la política se disfraza de fiesta y la fiesta se enmascara de política. Estamos ante el carnaval neoliberal del poder, es decir, en un doble juego tan transparente que hasta uno tiene que quitarse las gafas para verlo mejor.
La cita, por supuesto, no fue en cualquier salón parroquial con bizcocho de tres leches y sillas plegables. No. Esto fue en el Caribe Hilton, con invitación dorada que gritaba glamour y que, de paso, te recordaba que la entrada costaba un módico donativo de $2,500. Porque el goce ideológico nunca es gratis. Siempre hay que pagar por el privilegio de aplaudir.

Desde el inicio, la escenografía se ocupó de borrar cualquier límite entre campaña y cumpleaños: pantallas LED con el logo “Jenniffer Gobernadora”, nombre monumental iluminado como si estuviéramos en Las Vegas, bailarinas aladas vestidas de oro sosteniendo candelabros humanos. Un carnaval barroco donde el exceso visual no es decoración: es el mensaje. El dorado no es un color, es un argumento donde cada selfie de la Gobernadora repite: “¡El Estado soy yo… y mi bizcocho de campaña!”
Selfies, abrazos, besos en la mejilla… cada gesto calculado para transmitir cercanía, pero enmarcado en un espacio saturado de símbolos de poder. La Gobernadora al centro, siempre bañada por focos, flanqueada por aliados, y rodeada de un público que sabe que está allí para ser parte de una foto, no de un programa de gobierno. Porque aquí no se habla de política: se encarna.
Y llegó el momento del bizcocho: un monumento comestible de varios pisos con el logo de campaña incrustado. El clímax del evento. El bizcocho con el logo fue el objeto imposible de alcanzar, pero siempre perseguido por los asistentes de la noche, como la tan prometida stadity. Ese trofeo dulce que nadie necesitó probar para sentir que, aunque fuera por un segundo, había tocado el centro mismo del poder… disfrazado de merengue. Entre confeti y flashes, la masa celebra no un cumpleaños, sino la ratificación de un liderazgo que se alimenta de espectáculo.
Estamos ante la obscenidad suplementaria del poder, ese lado festivo y excesivo que, lejos de ocultarse, se exhibe para reforzar la autoridad. Aquí, la fiesta no acompaña a la política. La FIESTA es la política. El acto privado se transforma en evento público, en demostración de fuerza, en feria electoral con barra libre de afecto.
En el fondo, la noche no celebraba los 49 años de vida de la Gobernadora de la Generación X, sino la eternidad del modelo en que vivimos: uno donde la ideología se sirve con champán, el apoyo se mide en selfies y la democracia se adorna con lentejuelas doradas. Un carnaval donde todos sabemos que estamos en campaña, pero hacemos como que estamos de fiestabarroca. Y así, entre música, luces y donativos, el país se va quedando sin bizcocho… pero con un montón de fotos para Facebook e Instagram.
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