A RITMO DE PERREO- RESISTENCIA ENTRE BAD BUNNY Y AMAZON
- carmenenid
- 23 sept
- 5 Min. de lectura
El reto no es cerrar la puerta al capital —que ya está dentro—, sino usar su incontinencia para construir alternativas. No basta con boicotear ni con aplaudir: hay que transformar el exceso en grieta y la grieta en oportunidad. Esa es la verdadera economía política del perreo: convertir el ritmo del capital en ritmo de resistencia.
Eliseo R. Colón Zayas
Presidente PS21
La reciente alianza entre Bad Bunny y Amazon para establecer centros educativos en Puerto Rico ha provocado un debate encendido en la esfera pública. Dos amigos, colegas universitarios han comenzado una buena discusión que me da pie a reflexionar sobre el tipo de gobernanza que Benito Antonio propone para Puerto Rico. Comencemos por el diálogo entre Rafael Bernabe y Rafa Acevedo. En X, el exsenador Rafael Bernabe cuestionó la legitimidad del gesto, recordando que Amazon es una empresa conocida por abusos laborales y por su participación en contratos tecnológicos con el gobierno de Israel en plena guerra. Rafah Acevedo, en Claridad, contra-argumentó que la crítica moralizante al artista resulta insuficiente: el consumo ético nunca ha sido la solución a las contradicciones del capitalismo. Lo relevante es pensar las estructuras.

Ambas posturas, aunque opuestas en tono, coinciden en un punto crucial: esta alianza no es un hecho aislado. Es la materialización de una tensión estructural entre dos lógicas. De un lado, la lógica del capitalismo de plataforma, con Amazon como actor central de la economía digital global, expandiendo sus ramificaciones desde el comercio electrónico hasta la nube, la publicidad, el streaming, los dispositivos inteligentes y la logística mundial. Del otro, la lógica del arraigo cultural y comunitario, encarnada en la figura de Bad Bunny, que intenta traducir su capital simbólico en infraestructura local para educación y cultura.
Christian Fuchs, crítico de la comunicación digital, en tres importantes estudios ha descrito cómo las grandes tecnológicas despliegan programas de responsabilidad social corporativa (CSR) y filantropía como una forma de pseudofilantropía, y no buscan transformar las estructuras injustas, sino legitimarse en ellas. Donan computadoras a escuelas, construyen centros comunitarios, invierten en programas de STEM, pero todo dentro de un marco que asegura dos cosas: (1) ampliar la base de futuros consumidores y trabajadores adaptados a sus plataformas; y (2) desviar la crítica estructural hacia el reconocimiento público de sus gestos caritativos.
Amazon no es excepción. Su división de filantropía financia desde programas educativos (Amazon Future Engineer) hasta donaciones en emergencias. Pero mientras reparte becas, expande su modelo de trabajo algorítmico precario, externaliza costos ecológicos y concentra cada vez más poder infraestructural. Fuchs advierte que este doble movimiento es el sello de la pseudofilantropía: se presenta como inversión social, pero en realidad integra más esferas de la vida en la lógica del capital digital.
En Puerto Rico, Amazon anuncia centros educativos junto a Bad Bunny mientras inaugura su primer centro logístico en la Isla. Filantropía y expansión de mercado se entrelazan. El discurso oficial dice: “invertimos en la juventud y en el comercio local”. La lectura crítica responde: “abrimos un nuevo mercado dependiente de la plataforma”.
Aquí me hago eco de Rafa Acevedo y recurro también a Slavoj Zizek, pero no al Zizek de “capitalismo cultural” o “capitalismo ético”, donde lo que antes eran críticas se incorporan como nuevas líneas de mercado. Es decir: el capitalismo no solo sobrevive a las críticas, sino que las recicla como combustible. Recurro a un Zizek más recientes buscando claves para trabajar la tensión entre estas dos lógicas: la lógica del capitalismo de plataforma y la lógica del arraigo cultural y comunitario. En unas enjutas económico-filosófica publicadas en 2017 por MIT Press, Zizek explica que el capitalismo no funciona a pesar de sus excesos, sino gracias a ellos. El excedente económico, el excedente de disfrute, el excedente de saber: todos esos excedentes son el combustible que mantiene el sistema en movimiento.
La filantropía de Amazon es precisamente un exceso. No corrige la explotación; la integra como plus que justifica el modelo. Es el gesto que permite a la empresa decir: “sí, acumulamos datos y precarizamos trabajo, pero miren cómo invertimos en niños y maestros”. Es un exceso que sostiene el consenso.
Sin embargo, Zizek insiste en que este exceso también revela una falla estructural. El capitalismo es incontinente: no puede contenerse, no logra suturar sus contradicciones. Y es en esa imposibilidad donde surgen las oportunidades políticas. El gesto filantrópico abre un espacio que puede ser usado para lo opuesto de lo que Amazon espera: no para producir usuarios dóciles, sino para formar sujetos críticos.
La pregunta entonces no es si la alianza Bad Bunny–Amazon es buena o mala en sí misma. La pregunta es cómo se puede aprovechar la falla estructural.
Si los centros educativos se limitan a dar cursos de programación y robótica, terminarán siendo semilleros de capital humano para Amazon Web Services y la economía digital global. Pero si se diseñan con pedagogía crítica —como diría Paulo Freire—, podrían enseñar a los estudiantes no solo a usar la tecnología, sino a cuestionarla. Aprender a programar, sí, pero también aprender a preguntarse: ¿quién controla las plataformas?, ¿qué alternativas comunitarias existen?, ¿cómo construir software libre y cooperativo?
Si los centros se quedan en la lógica de la filantropía corporativa, se convertirán en vitrinas de Amazon en la isla. Pero si incorporan participación comunitaria real —maestros, sindicatos, organizaciones locales— podrían transformarse en instituciones de contrahegemonía, donde la juventud puertorriqueña aprenda a apropiarse de la tecnología para fines propios y no subordinados.
El rol de Bad Bunny aquí es clave. Él es, al mismo tiempo, un icono global del entretenimiento —que negocia con Amazon Prime Video y con gigantes de la industria— y un portavoz cultural de lo local, que insiste: “no me quiero ir de aquí”. Esa ambivalencia lo convierte en figura bisagra: puede ser la puerta de entrada de Amazon a Puerto Rico o el catalizador de un proyecto de autonomía cultural.
Zizek diría que ahí está el verdadero dilema: no podemos quedarnos en el gesto moral de “condenar” o “celebrar”. Hay que asumir la contradicción (me parece que es lo que Rafa Acevedo quiere decir), empujarla hasta sus límites y ver si puede invertirse. El perreo, como sugirió Acevedo, es economía política: no solo ritmo y goce, sino también campo de lucha donde se negocia hegemonía y resistencia.
Amazon llega a Puerto Rico con su red de plataformas —venta online, AWS, logística, streaming, dispositivos, publicidad— y con un envoltorio filantrópico. Bad Bunny propone centros educativos que podrían ser trampolines de futuro o vitrinas corporativas.
La pseudofilantropía de Amazon es real. No es altruismo, es estrategia de legitimación. Pero como advierte Zizek, ese exceso que el capital no logra contener abre una posibilidad. Si la comunidad puertorriqueña logra apropiarse de los recursos, decidir el currículo, exigir transparencia, e introducir pedagogía crítica, entonces la alianza podría ser resignificada.
El reto no es cerrar la puerta al capital —que ya está dentro—, sino usar su incontinencia para construir alternativas. No basta con boicotear ni con aplaudir: hay que transformar el exceso en grieta y la grieta en oportunidad. Esa es la verdadera economía política del perreo: convertir el ritmo del capital en ritmo de resistencia.