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EL VOTO COMO ACTO DE RESPONSABILIDAD CRISTIANA

carmenenid

Opina

Gerardo A Vargas Cruz

Fraile Franciscano


En cada ciclo electoral, la sociedad puertorriqueña enfrenta una encrucijada que define su porvenir. El próximo 5 de noviembre no es la excepción. En esta jornada electoral, no solo se decidirá quién administrará los recursos del país o qué partido estará en el poder; se decidirá el tipo de sociedad que queremos construir.

En este sentido, ejercer el derecho al voto no es simplemente un acto individual, sino una manifestación colectiva de la voluntad del pueblo y una expresión de fraternidad. El voto, entonces, representa el compromiso de cada ciudadano con el futuro de su comunidad y de su patria, en un contexto donde los desafíos políticos, económicos y sociales son innegables.


Desde finales del siglo pasado, Puerto Rico ha enfrentado situaciones que han marcado profundamente su desarrollo, como la creciente deuda pública, la imposición de la Junta de Supervisión Fiscal en 2016, la migración masiva en busca de mejores oportunidades y la devastación causada por desastres naturales como el huracán María, un sistema eléctrico inexistente y más.Tenemos que reconocer que estos eventos han transformado el paisaje social, económico y demográfico de la isla, dejando al descubierto las desigualdades y la necesidad de líderes comprometidos -no solo en las esferas electivas sino en la base-. En este contexto, la participación activa de la ciudadanía se torna crucial para elegir a aquellos que tendrán en sus manos la dirección de la sociedad y su renovación.


En cuanto a la enseñanza de la Iglesia sobre la participación política, la Doctrina Social enfatiza que esta debe estar al servicio del bien común. Como señala el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes, “todos los ciudadanos deben recordar su derecho y, al mismo tiempo, su deber de ejercer el voto libremente para promover el bien común” (GS 75). Desde esta perspectiva, el voto no es solo un derecho cívico, sino un deber moral para los creyentes. Al participar en las elecciones, los cristianos están llamados a iluminar las decisiones políticas con los valores del Evangelio, como la dignidad humana, la justicia, la solidaridad y la subsidiaridad, buscando siempre el bien de toda la sociedad y, en especial, de los más vulnerables.


El principio del bien común, clave en la Doctrina Social de la Iglesia, establece que la política debe garantizar las condiciones necesarias para que todas las personas puedan alcanzar su pleno desarrollo. En este sentido, votar no se trata solo de elegir a líderes que beneficien nuestros intereses particulares, sino de elegir a aquellos que trabajen en favor de una sociedad más justa y equitativa. 𝗘𝗹 𝘃𝗼𝘁𝗼 𝗲𝘀, 𝗲𝗻𝘁𝗼𝗻𝗰𝗲𝘀, 𝘂𝗻𝗮 𝘀𝗲𝗺𝗶𝗹𝗹𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗽𝗹𝗮𝗻𝘁𝗮𝗺𝗼𝘀 𝗰𝗼𝗻 𝗹𝗮 𝗲𝘀𝗽𝗲𝗿𝗮𝗻𝘇𝗮 𝗱𝗲 𝗾𝘂𝗲 𝗳𝗿𝘂𝗰𝘁𝗶𝗳𝗶𝗾𝘂𝗲 𝗲𝗻 𝘂𝗻 𝗳𝘂𝘁𝘂𝗿𝗼 𝗺𝗲𝗷𝗼𝗿 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝘁𝗼𝗱𝗼𝘀. Este acto no debe ser visto como un mero trámite electoral, sino como una oportunidad para construir una sociedad que refleje los valores de fraternidad, solidaridad y justicia que nos enseñó Cristo.


Sin embargo, el panorama político puertorriqueño también ha estado marcado por sombras, como la corrupción y el abuso de poder, que han generado desilusión y apatía entre los votantes. Desde el 1999, la participación electoral ha disminuido significativamente, reflejando una desconexión entre los ciudadanos y la clase política. A pesar de ello, la renuncia de un gobernador en 2019 tras semanas de protestas masivas demostró que, cuando el pueblo se une, puede lograr cambios significativos. Este evento fue una muestra de que la voz de la ciudadanía es poderosa y de que la política, aunque imperfecta, puede ser transformada cuando los ciudadanos deciden participar activamente.


En este sentido, la participación cristiana en la política no se limita al simple acto de votar, sino que implica una responsabilidad continua de exigir rendición de cuentas a nuestros líderes y de ser vigilantes en el cumplimiento de las promesas electorales.


Como menciona el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, los cristianos están llamados a ser “protagonistas de la historia” (EG 231), lo que implica no quedarse al margen, sino participar activamente en la transformación de las estructuras sociales y políticas. 𝗘𝗹 𝘃𝗼𝘁𝗼 𝗲𝘀 𝘂𝗻𝗮 𝗲𝘅𝗽𝗿𝗲𝘀𝗶𝗼́𝗻 𝗰𝗼𝗻𝗰𝗿𝗲𝘁𝗮 𝗱𝗲 𝗲𝘀𝘁𝗲 𝗽𝗿𝗼𝘁𝗮𝗴𝗼𝗻𝗶𝘀𝗺𝗼, 𝘂𝗻 𝗮𝗰𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝗳𝗿𝗮𝘁𝗲𝗿𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱 𝗲𝗻 𝗲𝗹 𝗾𝘂𝗲 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝗰𝗶𝘂𝗱𝗮𝗱𝗮𝗻𝗼 𝗰𝗼𝗻𝘁𝗿𝗶𝗯𝘂𝘆𝗲 𝗮 𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘀𝘁𝗿𝘂𝗰𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗱𝗲 𝘂𝗻 𝗳𝘂𝘁𝘂𝗿𝗼 𝗺𝗮́𝘀 𝗷𝘂𝘀𝘁𝗼 𝘆 𝘀𝗼𝗹𝗶𝗱𝗮𝗿𝗶𝗼 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝘁𝗼𝗱𝗼𝘀.


Es cierto que la política en Puerto Rico, como en muchas partes del mundo, puede parecer desalentadora debido a la corrupción y al desinterés de algunos líderes por el bienestar común. Sin embargo, como creyentes, no podemos permitir que la desilusión nos lleve a la apatía.


𝐄𝐥 𝐯𝐨𝐭𝐨 𝐬𝐢𝐠𝐮𝐞 𝐬𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐡𝐞𝐫𝐫𝐚𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐚 𝐦𝐚́𝐬 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫𝐨𝐬𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐢𝐧𝐟𝐥𝐮𝐢𝐫 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐮𝐫𝐬𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐚𝐜𝐨𝐧𝐭𝐞𝐜𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐲 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐞𝐥𝐞𝐠𝐢𝐫 𝐚 𝐚𝐪𝐮𝐞𝐥𝐥𝐨𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐠𝐮𝐢𝐚𝐫𝐚́𝐧 𝐚 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐬𝐨𝐜𝐢𝐞𝐝𝐚𝐝 𝐡𝐚𝐜𝐢𝐚 𝐮𝐧 𝐟𝐮𝐭𝐮𝐫𝐨 𝐦𝐚́𝐬 𝐟𝐫𝐚𝐭𝐞𝐫𝐧𝐨 𝐲 𝐞𝐪𝐮𝐢𝐭𝐚𝐭𝐢𝐯𝐨. No votar es renunciar a esta responsabilidad, es dejar que otros decidan por nosotros y es ceder nuestro poder de ser partícipes en la creación de una sociedad más justa.


En definitiva, el próximo 5 de noviembre es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con Puerto Rico y para reafirmar nuestra fe en el poder transformador de la democracia. Las elecciones no son solo un proceso de selección de candidatos; son un acto de esperanza y de responsabilidad compartida, en el que cada voto cuenta para construir el futuro de nuestra patria. Como cristianos, estamos llamados a ejercer nuestro voto con responsabilidad y a ser luz en medio de las tinieblas, guiados por los valores del Evangelio.


𝐄𝐥 𝐯𝐨𝐭𝐨 𝐞𝐬 𝐮𝐧 𝐚𝐜𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐚𝐦𝐨𝐫 𝐚 𝐏𝐮𝐞𝐫𝐭𝐨 𝐑𝐢𝐜𝐨, 𝐮𝐧 𝐠𝐞𝐬𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐟𝐫𝐚𝐭𝐞𝐫𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐲 𝐮𝐧 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐫𝐨𝐦𝐢𝐬𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐥 𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐦𝐮́𝐧, 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐜𝐚𝐝𝐚 𝐮𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐧𝐨𝐬𝐨𝐭𝐫𝐨𝐬 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐥𝐚 𝐨𝐩𝐨𝐫𝐭𝐮𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞 𝐬𝐞𝐫 𝐩𝐫𝐨𝐭𝐚𝐠𝐨𝐧𝐢𝐬𝐭𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚.


(El padre Vargas Cruz es profesor de la Universidad Central de Bayamón)

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